Salto. No salto.
Salto. No salto. Salto. No salto.
Y el cerebro frenético y los pies de mármol.
Y el miedo trepando desde el fondo de aquella poza.
Salto. No salto. Salto.
No salto.
El miedo.
El miedo a la oscuridad, al trastero, a las cucarachas.
El miedo a las ciudades soberbias.
A quien te mira por encima del hombro.
A ser pequeño.
El miedo.
Salto. No salto. Salto. No salto. Salto. No salto.
No recuerdo demasiadas cosas de cuando era pequeño.
El miedo desde el que miraba el mundo tras mis cristales de culo de vaso.
El miedo en el patio del colegio.
El miedo cada vez que una risa.
El miedo cada vez que un dedo.
Señalando.
Salto. No salto. Salto.
No salto.
No recuerdo demasiadas cosas...
Quizás por eso, por mi memoria miope de largo alcance,
por el saco vacío y rajado donde guardo mis recuerdos.
Quizá por eso, al final, siempre salto.
A pesar del miedo lo único que tengo es lo que me espera
abajo.
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